Es bien sabido que existe un sesgo de género en cuanto a la prescripción de ansiolíticos y antidepresivos. En atención primaria, se receta con mucha más frecuencia este tipo de fármacos a mujeres que a hombres. ¿Qué pasa con las mujeres? ¿Somos más propensas a los desórdenes mentales? ¿Nos condiciona nuestra genética y nuestras hormonas a sufrir con más frecuencia ataques de ansiedad y depresión? ¿Somos la versión postmoderna de las victorianas histéricas que acudían a la consulta de Freud para psicoanalizarse y recibir sesiones de hipnosis?
Pongámonos en situación. El trabajo, la casa, los niños, son demasiadas cosas para una sola persona. Nuestra pareja también trabaja, y aunque colabora en el hogar (las veces que podemos decir esto, reconocedlo, no son muy abundantes) no asume la responsabilidad de la misma forma que lo hacemos nosotras. Plancha, comida, reuniones en el colegio, aseo de los niños, llevarles al médico, comprar el material escolar, ir a la reunión de trabajo, preparar los informes del mes, corregir trabajos y exámenes, estar presentable para salir a la calle… al final la montaña se va acumulando sobre los hombros y nuestra salud se resiente. Y empezamos a pensar si somos tontas o qué. Si es normal que toda la responsabilidad de una familia recaiga sobre los hombros de una sola persona. Mientras, vemos imágenes en la tele de casas perfectas, niños inmaculados, mujeres a la última con peinados perfectos que llegan a la oficina como si tal cosa y, cuando vuelven, todo está listo para seguir la rutina hogareña. Ah, y no lo olvidemos: la relación de pareja también es perfecta.

Es entonces cuando se produce el crack. Y es aquí donde tenemos distintos caminos que elegir, que dependen de la forma en la que definimos el problema.
1) Hay mujeres que achacan el ataque de nervios a su desordenada salud mental. No solo ellas: toda la sociedad lo hace. Una mujer que se descompone, sufre ataques de ansiedad, llora, chilla, es y siempre ha sido una histérica. El problema está en su interior: si no sabes regular tus emociones, si no consigues respirar y contener toda esa ira que mana de tu interior, eres una enferma mental. Es entonces cuando las mujeres acuden al médico y éste, que ya está acostumbrado a este patrón, les receta ansiolíticos y antidepresivos. Problema resuelto. La píldora de la felicidad como droga legal hace su trabajo, el mismo que hace el alcohol de manera menos aprobada por la sociedad. Ahogamos nuestras penas en las pastillas y el problema está resuelto, porque hemos definido el problema como nuestra reacción emocional desajustada a nuestro mundo circundante. Es el mismo proceso que observamos con el diagnóstico de TDAH y su medicalización: si el niño es “muy movido”, un diagnóstico de hiperactividad y la posterior medicalización con Ritalín resuelve el problema definido desde el interior del individuo.

2) En segundo lugar, hay mujeres que tiran por el camino de la psicología positiva. Leen a Paolo Coelho, a Fisher, a Dyer. Se gastan una pasta en literatura de autoayuda y en clases de yoga. En este proceso, aprenden muchas cosas y mejoran su forma de pensar y su salud tanto física como psíquica. Sin embargo, en ese proceso descubren que hay cosas en el exterior que no cambian cuando cambia tu interior. Que un proceso de comunicación sana depende de ambos interlocutores, y que si el otro no está dispuesto a cambiar las normas del juego, por muy buena comunicadora que hayas aprendido a ser, hay escollos insalvables. Cuando vuelves de tu clase de yoga, la montaña de tareas sigue esperándote agazapada en el hogar. Aquí, el problema vuelve a estar definido desde el interior del individuo, aunque hay un paso hacia el exterior. Hemos resuelto parte del problema: nos sentimos mejor. Pero el exterior sigue siendo el mismo: demasiadas tareas para una sola persona, demasiadas exigencias, falta de comprensión, balones fuera, etc.

3) La tercera vía nunca la recomiendo sin haber pasado por la segunda, aunque esto no será garantía de que no perdamos los nervios más de una vez. Esta tercera vía consiste en abordar el problema de cara. Coger el toro por los cuernos. En este camino hay mucho de ruptura, de aceptación y de cambio. En esta vía no tememos el conflicto: lo afrontamos como herramienta de transformación. Es cierto que este camino puede conducir a cambios drásticos. Implica definir el problema desde el exterior. De esta forma, nuestra relación de pareja, nuestras relaciones familiares, sociales y laborales se ven cuestionadas. Es la hora de un cambio que favorezca nuestra salud física y mental. La forma de resolver este problema puede ser muy diferente en distintos casos, pero en esta vía no nos sometemos a la opresión de la medicalización, que nos culpabiliza y aplaca nuestras emociones, que nos mantiene en la posición de que el problema somos nosotras.
Bien hermanas, toca pensar qué debe cambiar en nuestra vida para dejar de derrapar. La píldora de la felicidad es una solución pasajera que nos mantiene dormidas. No digo que no haya casos extremos en los que sea necesaria (nunca la he probado, la verdad), pero no me creo que las mujeres padezcamos más depresión y ansiedad por naturaleza. El recurso a la pastilla es la vía fácil que nos ofrece, sí, lo voy a decir, el patriarcado para aplacar nuestro inconformismo con la situación a la que nos vemos sometidas. Antes, la santa inquisición quemaba a las brujas. Ahora las droga para que estén tranquilas y sin armar mucho alboroto.
Lo sé, no estoy dando ninguna solución, ni siquiera un mísero decálogo. Pero es que no hace falta. Lo único que necesitamos es observar, evaluar, aceptar y actuar. Ninguna solución es rápida ni definitiva, pero lo que hay que tener claro es que lo importante es la forma en que definimos el problema.